Honduras es un país de Centro América con problemas vinculados a la pobreza y a la educación. Muchas familias están obligadas a enviar a sus hijos a trabajar o bien a llevarlos con ellos a sus lugares de trabajo. Obviamente estamos hablando de familias con escasos recursos económicos. Ambos factores (educación y pobreza) forman un círculo vicioso, puesto que sin una educación adecuada, es imposible encontrar u obtener un trabajo digno para vivir. En esta situación, los más afectados son los niños; no es extraño ver en los mercados de la capital, Tegucigalpa, muchos niños trabajando o acompañando a sus padres. Desde el mercado Belén, al San Isidro, la Isla, la Feria del Agricultor al Mercado Los Dolores. Este último, se encuentra ubicado en una zona periférica del centro de la capital, cerca de las homónimas iglesia y plaza. La situación en esta zona marginal es de alto degrado: los niños resistoleros (adictos al resistol o pegamento amarillo) abandonados a su propia fortuna, se ven obligados a delinquir. Además los diferentes estancos y otros locales presentes, hacen de ella una zona caliente. En este ambiente viven y trabajan los niños del mercado.
De lunes a viernes los niños van a la escuela por la mañana, en la tarde regresan a los puestos de trabajo junto a sus padres, realizando sus labores entre una venta y otra. Los días sábados pasan el día entero en el mercado. Cuando no trabajan o tienen tareas, lo normal es que se entretengan con los vídeo juegos, o reunidos frente a la televisión, medio que les inculca la nuevas reglas de la convivencia social: el individualismo, el éxito a cualquier precio, la fama y la riqueza.
Preocupados ante esta situación, decidimos movernos y no quedarnos cómodos en nuestros sofás con el control remoto en mano y con las pantuflas cómodas. Fue así que en el 2012 comenzamos una actividad que llamamos “Libros Libres”. El gesto consistía en llevar una mesa, sillas, colores, hojas y libros. Pero no queríamos hacer lo mismo que ya hacen muchas otras organizaciones con mayores fondos y con más personal.
Queríamos que más allá de las cuatro sillas alrededor de la mesa, bajo el sol de la plaza, fuese evidente un modo nuevo de estar juntos. Así pues, comenzamos.
En primer lugar quisimos ser una presencia física, que nos pudiesen encontrar, que supiesen donde estábamos: escogimos una esquina de la plaza, donde de 9:00 am a 10:30 a.m la luz del sol no derritiese las crayolas o molestase a los niños. Todos los vendedores del mercado sabían que podían dejar a sus hijos con nosotros, y esto nos entusiasmó, pues conseguir la confianza de estas personas es difícil. Muchos de los padres nos dijeron que sus hijos esperaban con ansia los sábados por la mañana para poder jugar con sus amigos. De 10:30 a 12 del mediodía hacíamos – y todavía hacemos – juegos en la plaza. No obstante el fuerte sol, los niños se divierten, aprenden a compartir, a interesarse por el otro, escuchar las indicaciones, a cantar juntos; esto es una consecuencia de nuestro compartir con ellos.
A través del leer juntos, de dibujar, de hacer cantos o juegos pasa nuestro modo de ser, de interesarnos por el otro y por su felicidad. Este modo lo aprendimos a través de la experiencia hecha con nuestros amigos, y del profesor Giovanni Riva.
De la experiencia y de las palabras del profesor Riva, nos vino la ayuda necesaria para emprender nuestra labor; el profesor Riva decía que toda acción es buena si nace de un amor. ¿Y hacia qué es este amor? En primer lugar, es hacia mi persona, yo joven, que deseo mi propia felicidad. No de modo egoísta, decía el profesor Riva, si no que me doy cuenta de que también el otro a quien tengo a la par, tiene este mismo deseo de felicidad. Haciendo este gesto nos damos cuenta de que respondemos no sólo a la necesidad de los otros, sino que también respondemos a aquella necesidad natural que tenemos de ir hacia el otro, como mencionaba el profesor Riva. Compartir nuestra persona, ir libremente hacia los demás y vivir algo de la vida del otro me hace descubrir algo sublime y misterioso. Durante estos tres años de labor hemos entendido que acompañando al otro nos educamos a ser verdaderamente hombres, a ser verdaderamente hermanos, entender que no somos nosotros los buenos que realizan una actividad de voluntariado, sino que solamente en una relación, en una frecuencia de este tipo, puede nacer una amistad con un sentido bello y profundo.
The Great Teachers Tegucigalpa
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