Hablar de educación y de desarrollo humano es tener un enfoque hacia los jóvenes, o sea hacia la que se llama la “edad evolutiva” o el período del más intenso desarrollo humano. Se trata del momento en el cual las jóvenes y los jóvenes viven la edad decisiva, entre los trece y los veinte años, en la que dos o tres “sí” o “no” deciden de la construcción fundamental de una personalidad. Consideren que cada uno es único y no será repetible jamás en la historia de todo el universo. Por otro lado, hablar de “escuela” o de “salón de clase”, para mí, ha sido siempre decir el nombre de personas, una por una.
Los padres, los profesores y los maestros somos los que tienen una responsabilidad inaudita delante de las personas, de nuestros Países y, yo diría, del mismo dios. Esto por amor al hombre en su realización individual y por amor a la sociedad como lugar de libertad en el convivir y en el construir juntos.
Hoy, estamos adentro de una “homologación”, que se vuelve siempre más poderosa gracias a los instrumentos de comunicación masiva, que nos quiere todos iguales. La tendencia es aquella que las escuelas donde prevalece la relación maestro-alumno sean substituidas por burocracias anónimas, por reglas sobre reglas, para dar lugar a un proceso de formación fundado en un sistema instructivo y educativo de tipo publicitario.
Entonces, serán necesarios de hombres y mujeres que crean en su destino grande y en su valor; que decidan sacrificar sus vidas para dedicarse a un trabajo educativo que recupere la ineliminable función humana y social de acompañar personalmente a los jóvenes. Ellos tienen una impresionante necesidad de alguien que los acompañe sin manipularlos, ellos desean la cercanía de una más grande humanidad, exigente e indulgente al mismo tiempo, que les esté cerca sin ser pesada ni oprimente.
Siendo el problema muy grave y actual, no quiere ser, el mío, un discurso completo sobre la pedagogía y la educación, sino poner unos puntos muy elementales, que me parecen fundamentales en cualquier planteamiento educativo. Haciéndolo, voy a utilizar dos caminos que son muy sencillos: el primero consiste en el hecho de explicar palabras que se usan en la descripción usual del proceso educativo, mientras que el otro consistirá en el tomar como punto de referencia la naturaleza misma, sin ideologías preconstituidas.
EL SENTIDO DE LAS PALABRAS
Descubrir el sentido de las palabras parece sencillo; pero, en realidad, se trata de un trabajo para hacer el cual se necesita de una buena dosis de fatiga. A veces, se dan a los alumnos de clases tareas de etimología, para que entiendan el origen de los términos que utilizan. Pero, este trabajo corre el riesgo de no lograr bien su objetivo, porque no se trata únicamente de conocer de donde se derive una palabra, sino de conocer su contexto histórico y de entrar en el mundo que le ha dado su origen: se trata de ensimismarse con la mentalidad del pueblo que la inventó. Por otra parte, hoy, vivimos en un mundo en el cual muchas palabras, por la publicidad que desacraliza todo, se adaptan a tener muchos sentidos, a veces también opuestos y muy lejanos de su origen.
La fatiga es necesaria porqué la mentalidad que tenemos nos ha distraído del valor del hecho humano. Todo, hoy, el amor también, se mide con dinero. Nada parece plenamente razonable si no tiene su precio. Se ha difundido una grave mentalidad según la cual los éxitos materiales son los únicos elementos que constituyen un conocimiento cierto y hasta una bendición de parte de dios. Una cierta fatiga será entonces necesaria, porque se trata de una lucha contra algo que está dentro de nosotros, la mentalidad común. Ustedes confronten lo que de mí escuchen con lo que, al respecto, le sugiere su vida real.
También en este sentido, es muy útil el hecho de explicar las palabras. Diría que es necesario, porque la lucha contra la mentalidad dominante siempre es una lucha sobre las palabras. Pongamos la palabra “consciencia”, o la palabra “libertad”, o la misma palabra “amor”. Hay que luchar para una correcta interpretación de las palabras; de otra forma, la convivencia se vuelve confusión. Nosotros los profesores, por ejemplo, decimos palabras que tienen siglos de historia y, muchísimas veces, las utilizamos sin darnos cuenta de su contenido.
Nuestro trabajo de maestros y de profesores es maravilloso, porque, en nuestras clases, iniciamos a una verdad a quienes no la conocen. Este es un trabajo que debería permitirnos encarar siempre y de nuevo la realidad, volviéndonos, nosotros mismos que la exponemos, más elementales, más esenciales y más sintéticos. A veces, se confunde todo con una postura de rigidez nocionísta o con una actitud sentimental para con los alumnos o con una vaga humanitaria incitación al bien, al deber y al estudio. Me parece equivocado que muchos educadores quieran conocer todas le ciencias modernas y no se preocupen por conocer los elementos fundamentales de aquella experiencia que es su tarea diaria: la relación educativa.
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