Thursday, 25 June 2020

Andrea Romani a ICTE: Educación como Desarrollo Humano

LOS DESERTORES


En la historia que les conté, los dos ancianos, padres o abuelos que fueran, eran incapaces de ejercer una tarea de provocadores, mudos y enfermos como eran. Tomándolos como hipótesis de trabajo, la niña no se desarrollaba. A partir de este triste caso negativo, se prueba la verdad de lo que hemos descrito. 


Lastimosamente hoy hay padres que no son como los dos de la novela y, sin embargo, desertan sus responsables tareas de provocadores. Hay padres que prefieren desertar su tarea de responsabilidad educativa, tomando la fácil y cómoda excusa de no ser capaces. Sin embargo, la regla natural según la cual se entiende adhiriendo vale también para los papás; la provocación es reciproca. 


Hay otros que, en la tarea educativa, esperan siglos, mientras que el tiempo es ahora. No es posible que el niño vea y entienda antes de hacer o de adherir. Tampoco es posible que el joven actúe de manera correcta únicamente actuando por su cuenta. A veces, hay genitores y nada más, o sea hay unos que engendraron únicamente los hijos, sin interesarse ni de darles de comer. Otros les dan de comer y mucho más, pero a condición de que no molesten con sus muchos problemas. Algunos, los dejan muy libres, pero de una libertad que los hijos mismos interpretan, en los momentos de sus crisis de adolescentes, como desinterés. Otros les dan carro y dinero, y les consiguen una buena carrera profesional, pero sin darle un sentido para la vida. La verdad es que es muy incómodo, para unos padres (y también para unos maestros), tomar en serio su tarea educativa, porque tendrían que ponerse a revisar su propia vida, ya instalada y bien fija. 


No se confundan: la provocación educativa de los padres no tiene que coincidir, a parte unos casos muy graves y a parte la primera edad, con una cercanía física constante, la cual puede a veces demostrar una actitud muy negativa y obsesiva.  


La provocación educativa inscrita en la naturaleza tiene su punto de partida en un amor gratuito. Es un amor desinteresado, que ofrece su servicio sin nada pretender, que ofrece ayuda, que pone remedios donde se necesiten, que no es movido por interés o por una correspondencia celosa, que sabe expresarse en formas distintas según las edades y los distintos caminos. Sobre todo, diría yo, es el estar “enamorado” del destino bueno de la vida del otro, de su preciosa libertad y de su responsabilidad delante de la historia y de la humanidad. 


Todo esto implica el misterio del ser humano; y pone delante del adulto su tarea primera, la de revisar su propia existencia y, en todo lo necesario, cambiar manera de actuar, para no desertar de ser provocadores a la vida: esto nos dice la misma naturaleza. 



LA LIBERTAD


Estamos viendo lo que nos dice la naturaleza sobre nuestro tema educativo. No hay nada que pueda mejor sugerirnos criterios. La experiencia de la naturaleza, que es parte de la experiencia personal de todos, es algo común a los hombres de cualquier época y de cualquier raza. 


Otra cosa que nos sugiere la naturaleza es que la provocación no puede ser oposición (poner algo contrario), ni puede ser imposición (poner algo arriba, como un peso o una carga. La provocación verdadera es un amor; por lo tanto, no puede ser oposición, no puede ser ponerse en contra de algo que hay en el otro. 


Todos recordarán con mucha lástima aquellos maestros que, con sus palabras, los mortificaron, por como le costaba escucharlos, los temían, no tenían ganas de seguirles. Al mismo tiempo, permanece en los recuerdos la cara de aquella maestra de la que nos dábamos cuenta que nos quería y de ella, de su sonrisa y de sus miradas, habríamos podido aprender todo. Creo que sea experiencia de todo alumno la de no lograr aprender bien una materia impartida por un profesor “antipático” (en latín, quiere decir “contrario a mis sentimientos”). 


Tampoco ha de existir imposición: la provocación es una propuesta, no se puede imponer. Hay casos, raros, en los cuales puede darse un gesto excepcional y necesario, como lo es él de intentar las formas para obligar el niño a tomarse la medicina que no le gusta o alejarlo mientras pondría los dedos en una toma de corriente eléctrica (es el caso de daños graves para el joven mismo o los demás). Un gesto impositivo de este tipo, sin embargo, no puede ponerse jamás para satisfacer un deseo de afirmación de un poder, es algo que puede darse únicamente dentro de un contexto ya existente de relaciones de amor. Afuera de estos casos límites, la imposición contradice la naturaleza y la misma experiencia razonable de cualquier hombre. 


Lo que desearía que quedara claro es que una verdadera provocación educativa hacia el desarrollo de una persona no puede existir si hay oposición o imposición. Ambas provocan un rechazo, porque la consciencia del joven no participa al proceso de madurez. Hasta cuándo estará obligado, aceptará. Pero, llegado el momento en que podrá moverse por su cuenta, se rebelará a todo lo que había aceptado sin querer, por imposición u oposición. La naturaleza del proceso educativo exige un clima de libertad. 



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