Edith Stein ha tenido un camino muy similar al de nosotros. Ha encontrado diferentes intelectuales y tenía muchos intereses: en el centro de estos intereses había puesto al hombre.
Ya desde muy joven, de hecho, siempre buscó la verdad, comparando esta actitud (inicialmente teniendo una postura atea) a una incesante oración.
Edith Stein es una de las mujeres más eminentes y ricas de interés del siglo XX.
Por su originalidad y la complejidad de los acontecimientos existenciales que caracterizan su vida, es difícil encuadrarla con fidelidad en un breve perfil biográfico.
Edith Stein nació en 1891 en Breslau, ciudad que en aquel tiempo pertenecía a Alemania, y era la capital de la Silesia prusiana (hoy Wroclaw en Polonia). Era la última de siete hijos de una familia judía profundamente religiosa y ligada a las tradiciones. Nació el 12 de octubre, día de la fiesta religiosa del Kippur, el día de la Expiación para la religión judía. Fiesta de la conciliación y del perdón. Ya la madre vio en esta circunstancia un signo de predilección de Dios y el preludio del singular destino de su hija.
El padre muere poco tiempo después de su nacimiento; por lo tanto la madre, una mujer con un carácter muy fuerte, toma en sus manos el negocio del esposo y logra prosperar, pudiendo así mantener a los hijos.
En la biografía Historia de una familia judía E. Stein cuenta que no obstante la fiel observancia de la madre a los ritos judíos, ella y sus hermanos, desde muy temprana edad, decidieron una visión de la vida totalmente laica. A los 14 años Edith deja de rezar y se declara atea. Sigue buscando la verdad y, en un cierto sentido, como dirá más adelante, sigue buscando a Dios, porque “quien busca la verdad, busca Dios que lo sepa o menos”.
Edith Stein inteligente y dinámica, desde muy joven viene iniciada en los intereses culturales de los hermanos mayores y se inscribe en 1910 en la Universidad de Breslau, y será la única mujer que sigue, ese año, los cursos de filosofía.
Dijo una vez: “El estudio de la filosofía es un continuo caminar al borde del abismo”, pero ella, intelectual y espiritualmente madura, supo hacer de la misma una vía privilegiada de encuentro con la verdad.
Mientras seguía cierto seminario de estudios, entró en contacto con el pensamiento de Edmund Husserl (padre de la fenomenología alemana), profesor de la Universidad de Gotinga. Y nació un interés profundo. Experimentó un gran entusiasmo por el autor, iniciador de la fenomenología, quien le pareció “el filósofo” de su tiempo.
Se trasladó a la Universidad de Gotinga y consiguió conocer al filósofo Husserl. Edith era una estudiante brillante y Husserl la escogió antes que a Martín Heidegger (uno de los filósofos más importantes del siglo XX) para ser su asistente de cátedra. Como mujer en la época de 1916 esto era un logro impresionante.
La orientación del pensamiento de Husserl atraía a sus discípulos, “cada conciencia es conciencia de algo. La clave está en volver a las cosas y preguntarse qué es lo que dicen de sí mismas, obteniendo así certezas que no proceden de teorías preconcebidas, de opiniones recibidas y no verificadas”.
Esta forma de ver e indagar la realidad impacta mucho a Edith Stein, atraída, junto con muchos otros jóvenes, por un punto de vista serio y riguroso que explicará el sentido último de la realidad, contra todo tipo de relativismos.
Del entusiasmo por la primera obra del maestro, las “Investigaciones lógicas”, Edith, con otros estudiantes investigadores como ella, pasó a una actitud crítica cuando Husserl, con “Ideas para una fenomenología pura”, pasó del realismo del estudio de los fenómenos al idealismo trascendental.
En este período Edith conoció a otro fenomenólogo, Max Scheler, muy distinto de Husserl, que provocaba a su auditorio con intuiciones originales y estimulaba su espíritu. En ella, que se declaraba atea, Scheler consiguió despertar la necesidad religiosa, más adormecida que apagada. Poco tiempo antes, Scheler había retornado a la fe católica, y exponía su credo de manera fascinante.
Edith no alcanzó en ese momento la fe, pero vio abrirse ante sí un nuevo ámbito de fenómenos, ante los cuales no podía permanecer insensible. En la escuela de Husserl había aprendido a contemplar las cosas sin prejuicios. Escuchando a Scheler, se le derrumbaban las barreras de los prejuicios racionales entre los que había crecido sin saberlo. Ella misma dice: “El mundo de la fe se me abría de improviso delante”.
Cuando comenzó la primera guerra mundial, en 1914, se sintió espiritualmente atraída por la idea de oponerse al odio con un servicio de amor hacia los hombres más necesitados, entrando en la Cruz Roja como voluntaria en un hospital militar de enfermedades infecciosas, situado en una pequeña ciudad de Moravia.
Edith era una mujer con una personalidad de alta tensión y fuertemente pasional, así como totalmente racionalista y atea, pero en el fondo mismo de su corazón veía un posible servicio a la humanidad. Esto es lo que la llevó a enlistarse en la Cruz Roja como enfermera. Sus palabras fueron: “ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de Nuevo en mis asuntos personales. Si los que están en las trincheras tienen que sufrir calamidades, ¿por qué he de ser yo una privilegiada?” Seguía siendo atea y racionalista, pero, luego de esta experiencia, volvió a la filosofía con una nueva actitud: “¡No la ciencia, sino la dedicación a la vida tiene la última palabra!”.
Todo esto revela la herencia de un alma buena, de un alma que en ese momento no conocía lo que era la gracia, su acción era por el bien común de los de su pueblo.
En 1915 recibe la medalla “al valor”.
A pesar de sus reservas ante el pensamiento filosófico de Husserl, Edith permaneció a su lado, y en 1916 lo siguió como asistente en la Universidad de Friburgo, donde se licenció con una tesis titulada El problema de la empatía (Einfuhlung). El año después consiguió el doctorado summa cum laude en la misma universidad.
Luego Max Scheler ("inventó" el concepto actual que tenemos de los valores), Husserl, Henry Conrad-Martius, Adolf Reinach , Dietrich Von Hildebran y Martin Heidegger serían sólo algunos de sus compañeros de trabajo en el cerradísimo círculo de pensadores de su época.
Por las necesidades propias de sus estudios, en primer lugar, y por las exigencias de la amistad, después, transcurrió largos períodos en verano en Bergzabern, en el Palatinado, en casa del matrimonio Conrad-Martius.
A pesar de la forma tan audaz en que Max Scheller le había explicado que sólo el encuentro con Cristo hace al hombre lo que tiene que ser, fue en el verano de 1921, durante uno de estas estancias cuando Edith leyó - en una sola noche - el Libro de la vida de Santa Teresa de Ávila. Edith era una filósofa, era una intelectual y lógica, leía y analizaba cada página, al cerrar el libro, con las primeras luces del alba, tuvo que confesarse a sí misma: “¡Esta es la Verdad!”. Esta frase fue dicha por una de las mentes filosóficas e intelectuales más brillantes de Europa de aquel tiempo. Edith Stein voluntariamente había dado el gran paso que marca la vida de cada hombre: descubrir el verdadero motivo y sentido de su existencia.
Lo que más llama la atención en Edith Stein es la claridad de su objetivo, la persistencia infatigable de la búsqueda con que lo persiguió durante toda la vida. “La sed de la verdad - dijo a propósito del tiempo que precedió a su conversión - era mi única oración”. Esta búsqueda, abriéndose al Ser divino, se convertirá en búsqueda de Dios, no del Dios de las abstractas filosofías, sino del Dios personal, el Dios de Jesucristo.
Lo que atrajo intensamente a Edith Stein fue la apertura directa de la conciencia al ser del mundo. “A través de esta realidad del ser del mundo Dios nos habla. Él está ahí, detrás, él sólo es El que es. Abrirse a la voz del mundo que habla a la conciencia es abrirse a Dios, es escuchar a Dios. El camino de la contemplación está muy cerca”.
Su encuentro con la verdad es el fruto de una larga y difícil búsqueda. Edith vivió en la época caracterizada por la moderna incredulidad y fue testigo de un momento histórico que la llevó a tener esa tensión sostenida entre lo científico y lo religioso.
Algunos meses después de haber leído el libro sobre la vida de Santa Teresa de Ávila, recibió el bautismo en Bergzabern, era el 1 de enero de 1922. Quiso y consiguió que fuese su madrina su amiga Hedwig Conrad-Martius, la cual era cristiana, pero de confesión protestante.
Edith añadió a Edith los nombres de Teresa (por Santa Teresa de Ávila y Edvige por la amiga), tenía 30 años.
Luego de bautizarse fue a visitar a su familia, a casa de la anciana madre Augusta, para contarles lo que había hecho. Se puso de rodillas y le dijo: “¡Mamá, soy católica!”. La madre, firme creyente de la fe de Israel, lloró. Y lloró también Edith. Ambas sentían que, a pesar de seguirse amando intensamente, sus vidas se separaban para siempre. Cada una de las dos encontró a su manera, en la propia fe, el valor de ofrecer a Dios el sacrificio solicitado. La madre de Edith interpretó esta conversión como una traición, una separación radical a los bienes más queridos: su familia, su pueblo y su religión.
En Friburgo Edith empezaba a sentirse a disgusto. Advertía las primeras llamadas interiores de la vocación a la consagración total al Dios de Jesucristo.
Así pues dejó su trabajo como asistente de Husserl, y decidió pasar a la enseñanza en el Instituto de las Dominicas de Spira. “Fue Santo Tomás - escribe - el que me enseñó que se pueden complementar perfectamente el estudio y una vida dedicada a la oración. Sólo después de comprenderlo me atreví a entregarme de nuevo a mis estudios con seria aplicación. Es más, creo que, cuanto más profundamente nos sentimos atraídos por Dios, más debemos salir de nosotros mismos, también en este sentido. Esto es: debemos volver al mundo para traer la vida divina”.
Se dedicó entonces a confrontar la corriente filosófica en la que se había formado, la fenomenología, con la filosofía cristiana de Santo Tomás de Aquino, en la que siguió profundizando. Resultado de esta investigación fue el estudio que dedicó a su viejo maestro Husserl en su 70º cumpleaños: La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás. Era el año 1929.
A partir de su conversión y de la lectura profunda con el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, la filósofa y fenomenóloga vio que era posible que la actividad científica se convirtiera en un verdadero apostolado. Ella misma lo expresa: “que sea posible dedicarse a la ciencia como servicio divino lo he descubierto claramente en Santo Tomás, y sólo siendo así he podido decidirme a reemprender de Nuevo seriamente el trabajo científico”.
Edith se dio a la tarea de traducción del “De Veritate” de Santo Tomás ajustándolo al lenguaje moderno filosófico.
Además de esto reinicia sus conferencias en las cuales predominaba la unidad de pensamiento. En ellas aparece con claridad y sin dualismos de ningún tipo el gran problema en el desarrollo en plenitud de la vida cristiana: unir lo espiritual a lo material, lo divino a lo secular, la fe con la cultura, lo eterno a lo temporal.
Así Edith veía su labor vital de conferencista en una carta de 1930: “yo soy solamente un instrumento del Señor. El que viene a mí, hacia Él lo quisiera conducir. Y donde yo percibo que no es así, sino que prima mi interés personal, entonces ya no sirvo como instrumento suyo y tengo que pedirle al Señor que ayude por otros medios. El nunca depende sólo de uno”.
Tres años después, en 1932, dejó Spira para dedicarse totalmente a los estudios filosóficos, y en este mismo año se realiza el sueño profesional de Edith Stein: es llamada, como profesora en la Academia pedagógica de Münster, para enseñar Pedagogía y Antropología. Pero a Münster permaneció solamente un año: con la llegada al poder de Hitler, se promulgaron las leyes de discriminación racial, y Edith Stein (siendo judía) tuvo que abandonar la enseñanza.
En Edith después de su bautismo emergió la seguridad de su vocación hacia la vida religiosa. Ella misma escribía a su hermana Rosa en una ocasión: “Un cuerpo, pero mucho miembros. Un espíritu, pero muchos dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno? Esta es la pregunta vocacional. La misma no puede ser contestada sólo a base de auto-examen y de un análisis de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración y en muchos casos debe ser buscada a través de la obediencia”. Es difícil imaginar a una mujer con la tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero en efecto, ella lo hizo.
El 30 de abril de 1933, sintió con claridad su vocación a la vida religiosa monástica del Carmelo, que había empezado a intuir el día del bautismo, y tomó interiormente su decisión. ¡Para la madre esta decisión supuso otro golpe! “También siendo hebreo se puede ser religioso”, le había dicho la madre para disuadirla. “Claro - le había respondido Edith -, si no se ha conocido otra cosa”.
Dios la llamaba, libre y alegremente dejaba un mundo lleno de amigos y admiradores (era una de las mentes más profundas de toda Europa), para entrar en el silencio de una vida desnuda y silenciosa, atraída sólo por el amor a Jesús.
El 15 de octubre de 1933 Edith entraba en el Carmelo de Colonia. Tenía 42 años.
Seis meses después, el domingo 15 de abril de 1934, tomó los hábitos y se hizo novicia con el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. Entre tanto, el provincial de las carmelitas insistió para que se dedicara a completar su obra iniciada antes de entrar en el Carmelo. Es propiamente en el Carmelo donde concluyó la más admirable y profunda de sus obras “Ser finito y Ser eterno”, no ya para brillar entre las más elevadas mentes europeas, sino para obedecer.
En 1938 culminó su formación carmelita y el 1 de mayo hizo los votos de profesión religiosa carmelita para toda la vida.
Con esta decisión definitiva por su vida, las aspiraciones profesionales, pasaron a un plano totalmente secundario. Edith había decidido en medio de su silencio interior escuchar y responder a la llamada única e irrepetible. Entonces la famosa y brillante conferencista católica renunció a la fama, a los círculos filosóficos más importantes, a los premios y reconocimientos (de nuevo la renuncia por una felicidad más grande) y pasó a ser parte voluntariamente de un anonimato por tanto tiempo anhelado. ¡Una verdadera locura! ¿Cómo a alguien se le ocurre renunciar a la fama y el éxito de esa manera especialmente después de luchar tanto? Ella que hubiera sido nombrada “Filósofa del siglo XX” si no se hubiera retirado. Pero Edith Stein desapareció de la vida pública y la Orden de El Carmelo abrió sus puertas a una de las grandes pensadoras del siglo XX. Su nombre a partir de ese momento ya no era Edith Stein, sino Teresa Benedicta de la Cruz.
El 31 de diciembre de 1938, para huir de las leyes raciales contra los judíos, tuvo que dejar el Carmelo de Colonia. Se refugió en Holanda, en el Carmelo de Echt. Era un momento trágico para toda Europa y especialmente para los ciudadanos de origen judío, perseguidos por los nazis. El 9 de junio redactó su testamento espiritual, en el que declaraba su aceptación de la muerte en una hora tan funesta, mientras empezaba la segunda guerra mundial.
En 1941, por encargo de la Priora del monasterio de Echt, dio inicio a una nueva obra y la continuó mientras pudo, esta vez sobre la teología mística de San Juan de la Cruz. La tituló Scientia Crucis.
La obra quedó incompleta, porque también en Echt los nazis terminaron por alcanzarla.
Sor Teresa Benedicta de la Cruz, estando en oración en el Carmelo de Echt el 2 de Agosto de 1942 es arrestada por dos oficiales de la Gestapo. Ese mismo día fue capturada junto con su hermana Rosa que vivía en la hospedería del monasterio. Había pasado de la cátedra de docente universitaria al Carmelo. Y ahora, de la paz del claustro, espacio del amor contemplativo, pasaba a los horrores de un lager nazi. Las escuadras de las SS deportaron las dos hermanas al campo de concentración de Amersfort, y de ahí al de Auschwitz. “¡Vamos! - dijo mientras salía a su hermana - ¡Vamos a morir por nuestro pueblo!”.
Edith Stein muere, después de una semana de ser capturada, en una de las cámaras de gases de Auschwitz. Era el 9 de agosto de 1942. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común.
El telegrama que Edith había enviado a la Priora de Echt antes de ser evacuada a Auschwitz, contenía esta declaración: “No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. (Tenía pocos días de haber sido capturada por las SS, que la estaban trasladando a Auschwitz) Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, oh Cruz, mi única esperanza”.
El 1° de mayo de 1987 (en el aniversario de su consagración definitiva, es decir cuando hizo los votos de profesión religiosa carmelita para toda la vida) Teresa Benedicta de la Cruz, fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia. Fue proclamada Santa, siempre por Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro de Roma el 11 de octubre de 1998. Edith Stein fue proclamada co-patronos de Europa, juntos con Benito, Catalina de Siena, Cirilo y Metodio, Brígida.
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